El corazón del liderazgo educativo

Pablo Esteban León Díaz


Actualmente se vive bajo los parámetros del individualismo, el exitismo y la pos verdad. Las convicciones sobre quien es el ser humano y el modo para relacionarse con sus pares que creíamos ya aprendidas, son cuestionadas a diario, creciendo la incertidumbre en relación a la preservación en el tiempo de los  elementos básicos para la existencia humana, que fueron asimilados desde los inicios de la humanidad, como son la interacción y comunicación para la vida social.

En el contexto de la realidad educativa chilena, los líderes educativos se ven impactados por el estrés laboral, la búsqueda de resultados estandarizados, la diversidad en el aula no atendida, el currículum oculto, la disconformidad salarial, los conflictos humanos y la poca valoración social de la labor docente. Todo lo antes mencionado, trae como consecuencia una reflexión inminente, si la vida social se ha sostenido siempre sobre las bases de la comunicación y el lenguaje, y este último es producto de la exteriorización y acción de las emociones del ser, entonces por qué no se le da la relevancia que merece a la gestión de las habilidades sociales, el lenguaje, las emociones y la acción reflexiva, como insumo prioritario para una gestión de personal exitosa en la escuela. Dicha gestión de personas, traería una movilidad cuantitativa importante en los indicadores medibles de la escuela, a pesar que ella misma sea víctima de los paradigmas sociales. Con mayor razón, se hace necesario aplicar la gestión del conocimiento en las relaciones humanas, para producir cambios en las prácticas educativas, interacción sistematizada o trabajo colaborativo y participación activa de todos los miembros de una comunidad en función de un plan estratégico. Sin embargo, por más elementales que suenen estas afirmaciones o más sencillas de responder estas preguntas, esta reflexión se basa en revisar lo que creemos conocer, pero no gestionamos, sobre el lenguaje y la emocionalidad como fundamento para las relaciones dentro de una escuela.

La responsabilidad de la escuela es primordialmente entregar herramientas cognitivas, habilidades, competencias y actitudes a un estudiante para su inserción a la sociedad. Sin embargo, constantemente se comete el error de exaltar la trasmisión de conocimientos por sobre los otros elementos a considerar en el proceso educativo. Algunos estudios neurocientíficos, afirman que para que se produzca sinapsis y adquisición de nuevos conocimientos, se deben explorar espacios de la corteza cerebral que activan las hormonas de la felicidad o neurotransmisores, que se estimulan por diversas actividades humanas, para hacer una conexión emocional entre lo ya conocido y el nuevo tesoro cognitivo. Es decir, Biológicamente, las emociones son disposiciones corporales que determinan o especifican dominios de acciones (Maturana H, 2001 , 8), por consiguiente, un estudiante que se conecta emocionalmente con su profesor, aprende y un profesor o asistente de la educación que se conecta emocionalmente con su Director, es un aporte sustancial a la obtención de una meta estratégica y la implementación de un proyecto educativo. 

Un líder que gestiona sus emociones y las de los que tiene a su cargo, comprende que “… el Coeficiente Intelectual es solo responsable del veinte por ciento de la verdadera inteligencia, de la capacidad de desenvolverse con éxito y ser feliz” (Vargas I, 2004, 109) Porque las emociones son una manifestación espontánea de la naturaleza humana. Aun así, socialmente las emociones han sido relevadas a un segundo plano, se han considerado como signo de debilidad o simplemente se han asociado a los sentimientos (sentir pasajero y mutable), deslegitimizando que el lenguaje nace de un proceso psicolingüístico inconsciente y en ocasiones  impulsivo, que se basa en los estímulos sensoriales que un individuo recibe del exterior y canaliza por medio de las palabras, para comunicar una idea basada en una emoción. Entonces, si la comunicación se presenta de forma innata entre los seres humanos, por qué nos cuesta tanto relacionarnos con los códigos o medios  que sean legibles por el otro y le damos cabida a carencias personales que provocan problemas en las laborales grupales. Algunos aseguran que esto tiene directa relación con el capital cultural o educación que una persona posee, pero otros señalan que a pesar de las limitaciones educativas o socioeconómicas, es una herencia de la socialización inicial brindada por el núcleo familiar en la primera etapa de la vida. Es decir, por más conocimiento que se posea, eso no garantiza que él o ella posean las competencias necesarias para vivir en comunidad, ya que, al momento de las interacciones toman relevancia “Los componentes de la Inteligencia emocional, que son las habilidades intrapersonales, habilidades interpersonales, automotivación, empatía, manejar las relaciones” (Vargas I, 2004, 110). Cuando dichos elementos son trabajados en la escuela, se favorece el clima laboral y facilita la participación activa de todos los miembros de la comunidad educativa, desde un enfoque de derechos, buen trato y sana convivencia. 

El problema nace de la mala costumbre de cuestionar la expresión libre del otro y coartarla con la excusa de facilitar la interacción, pero en vez de eso, se produce una pérdida invaluable de la esencia humana, se mecanizan y normalizan las descalificaciones semánticas, bajo las lógicas de roles. En cambio, un liderazgo que sustenta su dirección en el lenguaje pro-positivo, tiene como soporte la humanización de los seres humanos del siglo XXI, que se han auto esclavizado digitalmente, perdiendo el goce y sensibilidad por crear nueva realidades con su dialecto e interacciones, ya que, “Los individuos tienen la capacidad de crearse a sí mismos a través del lenguaje. Nadie es de una forma de ser determinada, dada e inmutable, que no permita infinitas modificaciones.” (Echeverría R, 2006, 23), los prejuicios y preconcepciones imposibilitan la coordinación de acciones humanas como proceso de praxis biológica e impide descubrir los elementos del otro que lo constituyen un ser humano, digno y capaz de simplemente ser como es. “En otras palabras, digo que sólo son sociales las relaciones que se fundan en la aceptación del otro como un legítimo otro en la convivencia, y que tal aceptación es lo que constituye una conducta de respeto. Sin una historia de interacciones suficientemente recurrentes envueltas y largas, donde haya aceptación mutua en un espacio abierto a las coordinaciones de acciones, no podemos esperar que surja el lenguaje. Si no hay interacciones en la aceptación mutua, se produce separación o destrucción. En otras palabras, si en la historia de los seres vivos hay algo que no puede surgir en la competencia, eso es el lenguaje.” (Maturana H, 2001 ,14)

Por otra parte, en muchas ocasiones se sobre dimensiona la importancia de la razón y se fanfarronea de ella con el fin de atribuirle un nivel de intelectualidad y seriedad infalible. Por lo tanto, es imperativo volver a reconocer que somos humanos, que sentimos y pensamos, no solo razonamos. “Es decir, al declararnos seres racionales vivimos una cultura que desvaloriza las emociones, y no vemos el entrelazamiento cotidiano entre razón y emoción que constituye nuestro vivir humano, y no nos damos cuenta de que todo sistema racional tiene un fundamento emocional. (Maturana H, 2001, 8). Si un miembro de la comunidad educativa no logra conectarse con los objetivos estratégicos planteados por la gestión, eso se debe a que no se produjo con él o ella la conexión emocional necesaria, que estuviese basada en sus expectativas de la realidad a construir. 

Desde los estándares  de la gestión educativa, el marco para la buena dirección y liderazgo establece que los lideres educativos:

  • Promueven y modelan activamente una cultura escolar inclusiva, equitativa y de altas expectativas sobre los logros de aprendizaje de los estudiantes y desempeño de todos los miembros del establecimiento”
  • Reconocen y celebran los logros individuales y colectivos de las personas que trabajan en el establecimiento. 
  • Apoyan y demuestran consideración por las necesidades personales y el bienestar de cada una de las personas de la institución. 
  • Demuestran confianza en las capacidades de sus equipos y promueven el surgimiento de liderazgos al interior de comunidad educativa.
  • Modelan y promueven un clima de confianza entre los actores de la comunidad escolar, fomentando el diálogo y la promoción de una cultura de trabajo colaborativo tanto entre los profesores como de estos con los estudiantes en pos de la eficacia colectiva y mejora continua.

Siendo estas solo algunas de las prácticas directivas que se esperan de un profesional con las competencias para liderar una comunidad educativa, desde el resguardo de la calidad y equidad educacional hasta la lucha por ser un movilizador social, todas ellas ponen en el centro de la acción el corazón de la gestión, según lo hemos estado planteando, que es no olvidar que la escuela es por esencia social, relacional e interaccional. Por consiguiente, si su liderazgo está falto de herramientas relacionales, la labor de dirección se torna insostenible.   Nadie puede entregar lo que no tiene, el profesor entrega lo que tiene y lo que es a disposición de sus estudiantes. Un profesor director, plasma en la gente que tiene a su cargo lo que él es como persona, lo que él espera de su escuela, el mundo que él sueña y habla. Por lo tanto, alguien que está enemistado con el mundo, la diversidad, con las relaciones, con los colores y con los niños…sigue siendo presa fácil de la sociedad posmoderna, la era de la información, pero no de la educación, ni menos de la felicidad. Un líder educativo que está emocionalmente sano, guía a un profesor sano, para formar estudiantes sanos y construir en equipo sano y una sociedad sana. (Esto aplica a cualquier organización que requiere ser revitalizada).

En palabras del gran maestro de todos los tiempos, Jesús, a su equipo íntimo, “El que quiera ser líder entre ustedes, deberá ser sirviente” (Mateo 20:26). Si queremos producir los cambios que esperamos en las comunidades educativas y en la sociedad en que vivimos, debemos servir, pero servir con determinación y compromiso con las nuevas generaciones. 

Bibliografía

Vargas I, (2004), La inteligencia emocional en las instituciones educativas, Revista educa

Echeverría R, (2006), Ontología del Lenguaje.

Maturana H, (2001), Emociones y Lenguaje en Educación y Política 

Mineduc, 2015, Marco para la Buena Dirección y Liderazgo.

Biblia, Nueva traducción viviente. 

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